Todavía no lograba entender por qué debía obedecer a aquel
estrafalario hombrecillo que día tras día le gritaba las mismas
ordenes... "Si quisiera podría aplastarle con una sola de mis patas" -
pensaba a veces.
Por las noches, cuando el ruido de las trompetas se silenciaba en su cabeza y el mordisco del látigo comenzaba a mitigarse sobre sus patas, Talco era libre. Nunca había salido de aquel circo, pero durante unas pocas horas, mientras dormía, podía viajar hasta lugares increíbles y maravillosos...
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